lunes, 8 de junio de 2009

Diluvio

Llevaba media hora de retraso cuando llegué a las inmediaciones de la sala de conciertos, la lluvia, que embestía a los transeúntes ahora con fuerza, no contribuía a facilitar la tarea de encontrar algún sitio donde dejar el coche.
Mientras seguía echando pestes intentando conseguir un aparcamiento pude ver entre la cortina de agua a Carlos, o al menos a la idea que tenía del aspecto que después de estos años podía tener.

Mi recuerdo de él era de un muchacho alto, con pelo rizado y de amplia envergadura, muchas veces nos reíamos con él de su elección sin sentido en cuanto a su vestuario. No era extraño en modo alguno encontrarlo vistiendo una chaqueta estilo inglés con sus típicas coderas y debajo de ella una camiseta con el rótulo de la disco de turno “F*** Me I'm Famous”, pero era parte de su encanto, esa idiosincrasia fuera de lugar entre nuestro nutrido grupo de tópicos. Era esa rareza lo que le hacía hacerse querer.

Así que cuando a lo lejos vi a aquel hombre alto con unos pantalones cortos y jersey naranja destacando entre el gris no me quedaron muchas dudas de que podría ser él.
Toqué el claxon para hacerle ver que ya estaba allí y que se tranquilizase por mi tardanza, sin embargo él se giró hacía el sonido, pareció gritar algo que la distancia y el ruido del tráfico no me permitió identificar a la vez que con los brazos parecía querer que entendiese que no debía ir y entró en la sala donde habíamos quedado.

Azuzada por lo raro del comportamiento de mi amigo apresuré mi búsqueda en encontrar un lugar donde dejar el coche, así pues lo acomodé como pude en un paso de peatones rezando para que el diluvio que comenzaba alejase a los policías de mi mal aparcamiento.

Llegué corriendo hasta la puerta de la sala de conciertos, como siempre no llevaba paraguas con lo que esos pocos segundos lograron que pareciese salir de una ducha vestida.
Miré la puerta del edificio y descubrí la puerta entornada, algo me hizo ponerme en guardia, la sala llevaba años cerrada, la suciedad se había acumulado tras la verja durante demasiado tiempo para saber que no se alzaron sus rejillas en un largo periodo, sin embargo ahí estaban, todos los catálogos antiguos, los trozos de periódico, la publicidad impresa apartada a un lado, ¿qué podía hacer?, me vino a la mente Carlos de nuevo, ese grito silenciado por la ciudad, sus aspavientos, su voz apremiante… sólo podía ir tras él, así pues me dispuse a entrar a la vez que me sacudía como un perro para dejar de chorrear.

El primer impulso que tuve fue el de volver atrás, el calor acumulado y el olor a podredumbre me golpeó con tanta fuerza que me sorprendió. Nunca he tenido un olfato digno de mención, tiendo a comentar que si algún día se quemase mi cama, tendría que despertarme con las llamas en mis pies porque nunca olería el humo a tiempo, por eso el ser capaz de captar ese efluvio tan fuerte me supuso una apreciación de que era mucho peor de lo que debiera ser.

Dentro del edificio estaba bastante oscuro y la poca luz que lograba adelantarse unos metros era la que provenía de la puerta que acababa de dejar detrás de mí, que diferente era aquello de lo que guardaba en mi recuerdo, lo que se me antojaba en mi adolescencia una sala bestialmente inmensa, cubierta de humo y luz ahora no era más que una habitación de tamaño considerable que difería mucho de esa grandeza que le había atribuido. Las paredes seguían de color negro, aunque imaginé que a esa tenebrosidad se le debía mucho la mugre que cubría todo lo que podía ver.
¿Dónde estaba Carlos?, ¿y cómo había podido entrar aquí?, ¿no se suponía que estaba clausurada?, y lo que era más importante: ¿por qué quería que yo viniera aquí?...

-¿Carlos?.- casi lo susurré más que gritarlo, me atemorizaba romper el silencio que reinaba en la sala.
Miré a mi espalda, más allá del pequeño rectángulo de luz de la calle no se apreciaba nada, ningún transeúnte rompía las gotas de luminosidad que el manto de nubes negras dejaba pasar.
Sólo oía el estruendo de la lluvia, sólo fuera de allí.

-¿Hola?, ¡¿Carlos?!, ¿Estás ahí?... ¿Hay alguien?, ¿hola?.- No sé si me sentía más estúpida por estar gritando en una sala vacía o por estar loca como para estar gritando en una sala tétrica sola.

Nada se escuchaba, me atreví a dar unos pasos hacia el centro de la sala, si no fuera por el miedo que notaba que empezaba a anidar dentro de mí, me hubiera sentido como una estrella del rock, con todo puesto a mis pies, pero no era momento para dejarme llevar por las fantasías de juventud.
Seguí avanzando hasta casi llegar tras el escenario, ahora que mis ojos se habían acostumbrado a la falta de luz me resultaba más sencillo observar lo que me rodeaba: acumulación de papeles por doquier, sospechosas bolitas negras que atribuí a deshechos de ratas, algún bulto sospechoso que prefería dejar en la ignorancia pero que me temo que era el cadáver de algún pequeño mamífero al que algún amo aún estaría buscando…
Llegando hasta la pared del final algo sonó tras el escenario, un golpe de algo que caía, no lo suficientemente fuerte como para que me asustase pero sí para ponerme en guardia. - Por Dios, estoy metida en una sala oscura sin compañía y ayuda, y quien sabe que puede pasarme, estas cosas son la estupideces que suelo cometer, y habrá de llegar el momento en el que deje de hacerlo o reciba penalización por mi inconsciencia -.

Rodeé la tarima para ver que había pasado, apreté fuertemente las llaves del coche en la mano, siempre podrían valerme como puño americano en caso de peligro.
Antes de girar la esquina el corazón se me aceleró, retumbaba en mis oídos su golpeteo. –Tranquila, tranquila, no pasa nada.- me dije para no echar a correr y regresar bajo el manto lluvioso que ahora se me antojaba protector.
Ya sé que siente un ciervo bajo los faros de un coche, el mundo se congela en un segundo, se desconecta la percepción de la realidad, miras y no ves, oyes y no escuchas, ese segundo flota en el aire durante minutos. Ese segundo me cubrió cuando vi el jersey naranja desgarrado y ensangrentado sobre el cuerpo de Carlos.

Llamada

La noche está cuajada de los engaños que a todas horas regalamos, si un maldito día decidieran brillar con la verdad que esconden cegarían a mil soles... recemos para que eso no suceda.

Supongo que así soy yo, no más que otra rutilante mentira.


Me llamo Falsa, un nombre apropiado porque todo lo que contaré puede ser verdad... o no.


Mi historia comienza como todas las historias, con la casualidad de estar en el lugar correcto en el momento incorrecto.

Había quedado con mi amigo Carlos en la puerta de la sala de conciertos donde solíamos ir cuando eramos más jóvenes.
Su llamada resultó de todos modos inesperada porque llevabamos sin saber el uno del otro muchísimo tiempo.
Es demasiado fácil ir dejando que el tiempo pase y despreocuparse de los demás, nuestro centro es tan absorbente que no nos paramos demasiado a recordar que el universo no gira alrededor nuestro.

Como decía, dejé que los años pasaran sin molestarme a dedicar un minuto a los viejos conocidos, por lo que cuando el móvil sonó me le quedé extrañada mirándolo intentando ubicar el nombre de Carlos que se reflejaba en la pantalla en mi presente, tras el cuarto timbrazo no me quedó más opción que coger la llamada:

- ¿Sí?.

- ¿Falsa?, ¿Hola?, soy Carlos, ¿me recuerdas?.

- Uhm... ¡ostras, sí!.¿Qué tal?. ¡Cuanto tiempo!. ¿Qué ha sido de...

- Falsa, ahora no, luego hablamos lo que quieras, tengo que verte en persona, ¿vale?

- Cla..claro. ¿Algo va mal?.

- Te lo digo en persona. ¿Recuerdas el Ocean, en la calle Santa Cruz?

- ¿La sala de conciertos?. Está cerrada desde hace años.

- Sí, justo esa. ¿Te viene mal que quedemos en la puerta hoy a las diez?

- No, no, sin problemas. Te veo allí. Si necesitas...


Click.
Eso fue lo único que oí, como el teléfono se colgaba y al girarme pude ver mi cara de alucinada en el reflejo del espejo. No sólo no esperaba la entrada de Carlos de nuevo en mi vida, sino que tampoco estaba preparada para que esta fuera tan misteriosa y preocupante.

Miré el reloj de muñeca, eran las ocho y media de la tarde, tardaría una hora en llegar al lugar de encuentro, con lo que cogí las llaves del coche, la chaqueta, el bolso y cerré con un portazo mi casa.

La semana en Madrid había sido bastante desapacible, y el hoy no era diferente. El cielo plomizo dejaba caer una fina lluvia que acrecentaba su molestia gracias a la contribución de un viento helado.
Noviembre no es un mes de luz en casi ninguna ciudad en las que he estado, la capital no era diferente.


Me agrada la lluvia, cuando la noto correr por mí, el ver a la gente huir de ella como si cupiera la posibilidad de que su mero contacto les disolviera en las aceras. Disfruto con la sensación de estar sola en un mundo irreal distorsionado por el gris del agua que cae, y sin embargo ver a los demás corriendo a mi lado sin sentirlos en la misma dimensión.

Pero no podía pararme en ensoñaciones, recordé el apremio de la voz de mi viejo amigo y la inquietud que me transmitió, y corrí como todos los que aún estaban a esas horas con las compras de último minuto.

Entré en mi coche y arranqué con dirección a la sala, me interné en el odioso tráfico madrileño, si ya es complicado conducir en la ciudad, algo paranormal sucede cuando caen tres gotas, y es que parece que a todos se les ha olvidado conducir a más de cuatro kilómetros por hora.

-¡¡Joder, que apenas llueve, pisad el puto acelerador!!.- le grité a la fila de conductores que habían colapsado la salida a la calle principal. A este ritmo ni de coña llegaba a la hora.


Claxon, frenada, primera, segunda, frenada, claxon.


Miré impaciente el reloj del coche, las diez menos cuarto y aún no había recorrido ni la mitad del camino.

Tenía que llamar a Carlos para decirle que llegaría tarde. Odio llegar tarde.

Busqué en mi bolso, en serio que era feliz cuando prescindía de él, ahora es sólo un baúl desastre que acapara todas las cosas que no sé donde meterlas y que creo que puedo necesitar pero sé que jamás necesitaré.

No encontraba el móvil, lancé el contenido del bolso sobre el asiento del conductor y justo me vino a la mente donde estaba mi teléfono: justo al lado de donde dejo las llaves de casa, lo dejé mientras iba a por la chaqueta.

-Joder, joder, joder...¿Y ahora que coño hago?